miércoles, 5 de noviembre de 2014

Arévalo en el horizonte

  Hay dos formas de conocer una ciudad, desde dentro y desde fuera. Los que viven en el interior, la imagen que tienen más grabada es la de sus calles, plazas, monumentos históricos; por el contrario, los que vivimos a unos 8 kilómetros de distancia , la imagen más familiar es la amplia perspectiva que ofrece, bien vista desde el poniente o bien desde el saliente. En mi caso, yo observo Arévalo con frecuencia desde el saliente, sobre las altas terrazas entre Orbita y Montuenga o desde los cerros del antiguo despoblado de Navalperal, un buen balcón para que la vista se pierda por la inmensa llanura sobre la que destaca la ciudad. Los que viajan por el ferrocarril o la A6 tienen la misma perspectiva, aunque más cercana y detallada. De cualquier forma todos vemos sobre el horizonte una serie de elementos perfectamente alineados de Norte a Sur, de estructura vertical, que solemos llamar torres. Yo cuento, entre estos elementos, no sólo las torres del Norte: el Castillo y sus torres parroquiales, sino también las del Sur: las torres del agua, las torres del trigo y de la harina. Las primeras, propias de una época en que la historia de Arévalo llegó a alcanzar un alto protagonismo; las segundas, más recientes y con fines económicos, industriales o de servicios, pero que configuran un horizonte peculiar y una panorámica vertical que se nos queda grabada en la retina.

  Tal vez, a los que pasan de largo les resulte chocante no solo la abundancia de torres, sino su casi perfecta alineación. Si entran en la ciudad les enseñaríamos por qué esto es así. Arévalo es una ciudad enclavada entre dos ríos: el Adaja y el Arevalillo. Como le pasa a Segovia, a Sepúlveda y a otras muchas ciudades, que buscaron desde la época prerromana un lugar fortificado para su emplazamiento, Arévalo está sumamente condicionado por su difícil topografía, que le impide crecer de Este a Oeste y sólo puede crecer hacia el Sur. A esto hay que añadir su vocación histórica de enclave comarcal para comunicarse con los pueblos de su entorno, lo que le hace buscar los pasos que le permitan vadear el Adaja o construir puentes, para romper el cerco al que le somete su geografía. Algunos geógrafos llaman a estos pueblos, que se extienden a lo largo y no a lo ancho, “pueblos camineros”, cuyas casas se van alineando a lo largo de un camino. En este caso, el eje central sería la calle de Santa María, que se va prolongando hacia el sur, buscando o bien la ruta de la Cañada oriental leonesa o el camino hacia Madrid.

  Arévalo alcanza un lugar muy importante en la historia de Castilla en el periodo que va de los siglos XIV al XVI, cuando jugó un gran papel, de ahí que sus monumentos más representativos correspondan a esta etapa. Ya en el siglo XIII, con cerca de dos mil habitantes, llegó a contar nada menos que con 11 parroquias. En el periodo que va del siglo XVII hasta finales del XIX, Arévalo inicia una etapa de decadencia y de postración, no solo a nivel político y administrativo sino artístico, monumental y demográfico. No vamos a entrar aquí en el análisis de las causas que llevan a esta situación de degradación urbanística, pero sí podemos citar superficialmente algunas como la desaparición de los sexmos (1833), la segregación de pueblos con motivo de la nueva división provincial (1863), la expulsión de la Compañía de Jesús, los desmanes de la guerra de la Independencia, la desamortización, etc… Podemos decir que, ya a principios del siglo XX, Arévalo inicia una tímida etapa de recuperación, que se manifiesta principalmente en el aspecto demográfico, pero muy lentamente en los aspectos monumentales y urbanísticos. Este resurgimiento, que también se ha visto en el resto de ciudades castellanas, ha tenido momentos poco afortunados que no vamos a citar aquí, pero que no se debería detener en estos momentos.

  Arévalo ha iniciado una nueva etapa histórica de nuevos horizontes, pero a día de hoy todavía queda mucho por hacer: adecentar el casco medieval antiguo, la “villa vieja”, dignificar sus ruinas, limpiar, reconstruir, restaurar, etc…La importancia de su historia, de su legado cultural, tiene que servir de estímulo para mejorar esta ciudad y ponerla a la altura de otras ciudades de nuestro entorno.

  Ese reclamo de sus torres medievales de las que estábamos hablando es sin duda el icono más representativo de la ciudad, que nos habla de un rico pasado . Las torres y las parroquias no sólo nos hablan de la fe de sus fieles, sino de la pequeña nobleza arevalense, los famosos cinco linajes, pues parece ser que cada uno de ellos ejercían un patronato especial sobre cada una de las iglesias.

  Estamos seguros de que los visitantes que vengan a esta ciudad, atraídos por esta estampa que estamos describiendo, quedarán sorprendidos por el embrujo de las torres del Arévalo-Norte, la magia de Santa María o San Martín, el hechizo de San Miguel o San Juan, o las leyendas en torno a su famoso castillo. Esta es la razón por la que conviene, sin olvidar al resto, fijar aquí nuestra atención.


Ángel Ramón GONZÁLEZ

Pueden descargar este texto en la Llanura 46 de Marzo de 2013: http://lallanura.es/LLpdf.html

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