miércoles, 1 de agosto de 2012

Gutierre Muñoz

  Apuntes sobre la historia de Gutierre Muñoz.

Alfonso VIII.
  Tanto la historiografía antigua como la moderna coinciden en situar la fundación de este pueblo en los últimos años del siglo XI. En cuanto al topónimo “Gutierre Muñoz” (apellidos de origen burgalés), es evidente que se trata del nombre de su fundador o repoblador. Pero a partir de aquí existen discrepancias entre los historiadores abulenses antiguos y modernos. Los antiguos, de finales del siglo XVI, como Cianca o el padre Ariz, atribuyen el nombre de Gutierre Muñoz a un hijo de un noble burgalés (Martín Muñoz), casado a su vez con una noble segoviana y emparentado con familias de la nobleza abulense del siglo XI.
Para el historiador abulense Ángel Barrios, prematuramente fallecido (1951-2005), estas teorías no tienen base documental y son más bien historias noveladas con las que los citados historiadores del siglo XVI y XVII “pretendían historiar el pasado abulense y llenar así los huecos documentales recurriendo a las tradiciones orales”. Este mismo autor en la Historia de Ávila. II. 1995 escribe: “el probable fundador del pueblo arevalense de Gutierre Muñoz, con el mismo nombre y apellido, se documenta como villicus in Castella” en 1097”. Esto significa que en el documento citado del año 1097 aparece el nombre de un tal Gutierre Muñoz cuya profesión era la de administrador o funcionario en Castilla. Es evidente que nombres tan habituales, entonces y ahora, habría miles, y que uno de ellos fue el fundador.

  También el nombre de este pueblo aparece citado con motivo de la repentina muerte del rey Alfonso VIII ocurrida el 5 de octubre de 1214. La noticia de este suceso nos la transmite nada menos que el propio arzobispo de Toledo, Don Rodrigo Jiménez de Rada, en su Crónica titulada “De rebús Hispaniae”, con esta palabras: “et cum pervenisset ad quandam aldeam inter Arevalo et Avilam que dicitur Guterrius Munionis, cepit paulatim deficere: et circam mediam noctem, paucis de familiaribus suis sibi assistentibus,ingresus est viam universe carnis…”
El rey Alfonso VIII, uno de los reyes castellanos que más avances consiguió en la guerra de la reconquista, sobre todo tras la batalla de las Navas de Tolosa (1212), caminaba desde Burgos hacia Plasencia para entrevistarse con el rey Alfonso II de Portugal. La ruta elegida era el camino real: Valladolid, Medina, Arévalo, Ávila, Plasencia. El trance fatal le sorprendió durante el trayecto, frente a la aldea de Gutierre Muñoz, situada a poco más de seiscientos metros del camino. Fue llevado con toda urgencia al pueblo con todo su séquito, entre los que se encontraba el arzobispo de Toledo, que además de su confesor es el autor de la Crónica que hemos citado. También le acompañaban el obispo de Palencia y el de Plasencia. Nada pueden hacer por salvarle la vida, por lo que a media noche le llegó su hora y al día siguiente fue trasladado su cadáver para ser sepultado en el monasterio de Las Huelgas de Burgos.

  El nombre de Gutierre Muñoz vuelve a aparecer en la Historia el año 1250, encuadrado en el arcedianato de Arévalo, dentro del tercio de la Vega, posteriormente adscrito al sexmo de Orbita, contribuyendo su parroquia en el citado año con un total de 24 maravedíes, lo que supone un número aproximado de 240 habitantes. En el censo del año 1587 aparece con un total de 475. El año 1750 cuenta con 240 habitantes; y en ese mismo documento de 1750, como dato curioso y para ver la importancia agrícola del pueblo se dice que “había 79 bueyes, 15 yeguas y caballos para la labranza, 15 yeguas, potrancos y caballos de huelga, 66 pollinos y pollinas de todas las edades”

  El año 1850, según el diccionario Madoz, contaba con 334 habitantes. Cien años más tarde (1950) está en torno a los 450. Y en la actualidad reúne 95. Esto significa que en los últimos 60 años ha perdido cerca del 80% de su población.

  El plano de este pueblo se articula en torno a dos ejes principales: el principal es un eje norte sur, que al igual que en los pueblos próximos de Orbita y Adanero alineaba el núcleo principal de sus viviendas en orno a su calle principal y a su plaza situada en el centro. Esta calle era la antigua calzada que iba desde Madrid a Galicia y pasaba por el centro de dichos pueblos. El segundo, el eje este oeste, comunicaba el eje principal con el camino de Martín Muñoz de las Posadas y conducía hasta la iglesia y la fuente del pueblo. Ninguna vivienda sobrepasaba el límite de la iglesia, que estaba además rodeada por su viejo cementerio. Este mismo esquema urbanístico se repite hasta la saciedad en los pueblos de la comarca (Espinosa, Orbita, Montuenga, etc…), con lo que resulta que sus iglesias y cementerios, que tradicionalmente formaban un único conjunto con la iglesia, suelen ser el flanco oriental de los núcleos rurales. Desde que a mediados del siglo XIX se prohíbe el enterramiento en las iglesias, sobre todo por motivos de salud, y ante el temor a las temidas pestes, las parroquias o los ayuntamientos, con la inicial resistencia de los vecinos, han ido retirando los “camposantos”, lejos de las zonas habitadas.
El pueblo de Gutierre Muñoz ha respetado, en términos generales, la arquitectura tradicional, de la que existen buenas muestras en la actualidad. Las nuevas construcciones agrícolas y ganaderas suelen respetar el núcleo antiguo, alejándose del centro, por lo que se puede considerar como un buen modelo a imitar.

La iglesia y los despoblados.

  Al visitar la iglesia de este pueblo nos sorprende en primer lugar su esbelta espadaña de no muy antigua construcción, que es su icono más representativo. También nos llama la atención la inexistencia de una torre, con sus cuerpos inferiores y su cuerpo alto o campanario. Tampoco encontramos en su exterior un ábside mudéjar o una portada al Sur, como en muchos pueblos del entorno, donde los vestigios del mudéjar son muy numerosos.

  Al leer el libro de Mª.T. Cuenca González (2007), que en parte sigue al historiador F. Vázquez García(1990), vamos descubriendo los secretos que encierra la historia de este edificio, lo que fue en siglos anteriores y lo que ha llegado a ser actualmente. Quedan pruebas suficientes para comprobar huellas de un primitivo mudéjar que nos muestra un antiguo ábside, con los ladrillos dispuestos a sardinel, situado entre la cabecera del templo y el ábside actual. Quedan restos de columnas en el muro sur que nos podrían estar hablando de la existencia de un antiguo pórtico hoy tapiado. Y se da por hecho que hubo una torre entre el ábside y el muro norte, y otra torre a los pies del templo que llegaría hasta el primer tercio del S.XIX.

  Pero lo más notable del conjunto arquitectónico hay que admirarlo en su interior. La nave principal está cubierta con un bello artesonado y sustentada por elegantes columnas y arcos de estilo gótico (siglo XVI). Las bóvedas del ábside y del crucero presentan una red de nervios que dibujan un cielo de círculos y triángulos entrelazados. Y además en piedra, lo que no es tan frecuente en nuestras iglesias rurales.

  Sin duda lo mejor de esta iglesia es el retablo barroco del altar mayor. Fue contratada la construcción el año 1623 y se encargarían de ella dos ensambladores, la mitad cada uno, Diego González, vecino de Ávila, y José García, vecino de Arévalo. Hubo problemas y pleitos hasta ver acabada la obra, pero la verdad es que el resultado fue espléndido. Siguen el modelo que se llevaba entonces(1º tercio del siglo XVII), que era el estilo herreriano, llamado así por haberlo consagrado Juan de Herrera en el monasterio de El Escorial, modelo que se caracteriza por una sobria elegancia, sin los lujosos decorados que se usaron en el siglo XVIII, el llamado estilo churrigueresco. En las hornacinas de las cinco calles en que se divide el retablo, separadas por columnas estriadas, lucen con gran esplendor un conjunto de imágenes barrocas de la escuela castellana de Gregorio Hernández. Estas imágenes pertenecen al escultor segoviano Felipe de Aragón y son esculturas sólidas, de cabezas vigorosas, con pobladas barbas y recia actitud. Destacan las imágenes de la Asunción de la Virgen, el grupo del Calvario y la figura de Dios Padre coronando la calle central; y en las calles laterales, San Pedro, San Pablo y San Juan Bautista son otras de las buenas tallas que rellenan sus hornacinas.

  Un capítulo aparte merece el estudio de los despoblados. De estos queremos subrayar la importancia de tres de ellos, aunque no son los únicos. Comenzamos por el más antiguo de todos: La Tejada. El yacimiento se encuentra dentro del término municipal de Orbita y, según el inventario del patrimonio Provincial, está catalogado como un castro vetón, de la misma época que el castro de la Cogotas, o incluso pudiera ser más antiguo. En el año 2004 se abrió un expediente para declararlo como Bien de Interés Cultural. Se informó favorablemente, pero dicho expediente no siguió su curso y se enterró en el olvido.
En segundo lugar queremos subrayar la existencia del despoblado de la Ilejas. Este se encuentra a caballo entre los términos de Orbita y Gutierre Muñoz y está catalogado por los arqueólogos como tipo “villa romana”, de la misma época y características que los yacimientos romanos de Almenara o el más reciente de San Pedro del Arroyo. Tras las obras de reconcentración parcelaria y construcción de caminos en los últimos años a causa de los nuevos regadíos, el yacimiento lo hemos perdido en un 75%. La abundancia de muestras de “terra sigillata” nos hacen imaginar la existencia de mosaicos allí enterrados que nunca saldrán a la luz. Una calicata, realizada en el mes de diciembre del año 2009 sobre Las Ilejas, descubrió un muro romano, sin principio ni fin, que apresuradamente fue enterrado y que por eso yo me atrevo a llamar, con el permiso de los arqueólogos provinciales: ‟el muro de la vergüenza”.
Y por último, éste también dentro del término de Orbita, Montejuelo de Garcilobo. Este poblado medieval, desaparecido el año 1630, todavía conserva los restos de su antigua iglesia, “El Torrejón”; pero ya está esperando a que el dueño de la finca instale allí su flamante “pivot” para acabar con el único resto arqueológico, todavía vivo sobre el terreno.
  Estos tres yacimientos configuran el espacio de un triángulo, cuyos vértices no distan más de 1.500 metros. Qué buen espacio hemos perdido para haber intentado la creación de un parque arqueológico en la comarca. Ojalá el nuevo regadío que se está extendiendo por la zona logre fijar población rural. Pero no hay síntomas de que esto vaya a ocurrir (echemos un vistazo a nuestros censos y pirámides de población). Estamos destruyendo y enterrando el pasado, no dominamos el presente, por lo que estamos condenados a perder también el futuro.

Textos: Ángel Ramón González publicados en La Llanura, números 35 y 36.
http://lallanura.es/llanura/La-Llanura-35.pdf
http://lallanura.es/llanura/La-Llanura-36.pdf

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