La actual localidad morañega de Narros del Castillo está situada en el extremo occidental de la provincia de Ávila, próxima a la provincia de Salamanca y que, a pesar de pertenecer al partido judicial de Arévalo, se encuentra bajo la influencia comarcal de la vecina Peñaranda.
En el año 1250, encuadrada en el arcedianato de Ávila y dentro de la comarca de Zapardiel, aparece con el nombre de Naharros de Bebán y con una renta de XVII maravedíes, lo que supondría unos 170 habitantes. Lo primero que nos llama la atención de este pueblo es su nombre. Encontramos aquí una curiosa superposición de dos elementos: el primero (Narros) es muy habitual en la zona y nos indica el nombre de quiénes fueron sus repobladores. Uno de los contingentes más numerosos que llegan hasta nuestras tierras a finales del siglo XI son de origen navarro y por eso les dan a los pueblos repoblados por ellos el nombre de su región de procedencia. El segundo nombre (Bebán) es de origen árabe y significa “puerta fortificada”. Estamos en una zona de “La Moraña”, donde los topónimos de origen árabe son muy abundantes, como Verzemuel, Cordovilla, Barzones, Albornos, Segeres, Cantarziello, Cebolla, etc… lo cual, según el malogrado historiador abulense Ángel Barrios, no es una simple casualidad. Posteriormente el segundo elemento del nombre se cambia y queda establecido como Narros del Castillo.
Lo segundo que nos llama la atención de este pueblo es el emplazamiento de su glesia rodeada por los muros derruidos de una fortificación, que lógicamente debió ser mucho más antigua y que da uno
de sus nombres a la localidad primero en lengua árabe “Beban”y luego en lengua romance “El Castillo”. Posiblemente el cambio del nombre árabe “Bebán” por el nombre “Castillo” se hiciera en el siglo XIV, siglo en el que las relaciones de las comunidades árabes y cristianas empezaban a ser menos amistosas. Desde este emplazamiento estratégico y claramente defensivo se domina una amplia vega del río Trabancos.
La historia posterior de este pueblo nos habla de un pasado notable con los siguientes rasgos demográficos: en el año 1594 contaba con 560 habitantes; en el año 1752 con 145; en el año 1850 con 128 y en la actualidad con 182. Por los datos que nos revelan las Respuestas del Catastro de Ensenada sabemos que en el siglo XVIII esta localidad tenía la categoría de “villa” y que su jurisdicción estaba en manos del “señor Don José Francisco Barroso y Pimentel,marqués de Malpica y de Manresa, vecino de la villa y corte de Madrid”. También en el ámbito de la jurisdicción eclesiástica este pueblo se sale de lo normal, pues la parroquia, a pesar de estar dentro de la diócesis de Ávila,“está gobernada por el convento de Nª Sª del Prado de la ciudad de Valladolid de la Orden de San Jerónimo”. Y allí iban a parar los diezmos que se recogían en la “cilla” parroquial, según los datos que aparecen en el citado documento.
Este carácter de “villa señorial” es lo que explica que en la plaza del pueblo existiera un “rollo de justicia” hasta el año 1932 en que se desmonta y en parte se destruye. Allí es donde en tiempos del Antiguo Régimen, en público, se ejecutaban las sentencias y era más propio de las villas que estaban bajo la jurisdicción de un señor, que en los pueblos o aldeas de realengo (sometidas a la jurisdicción real). En la actualidad es voluntad del pueblo reponerlo, en memoria de su singular pasado histórico.
Sin duda alguna que lo más singular de este pueblo es su iglesia. Como ya hemos dicho, se encuentra en medio de las ruinas de una antigua fortificación y la podemos considerar como una de las joyas del mudéjar castellano, posiblemente del siglo XIII. En el exterior su ábside nos presenta tres filas de arquerías dobles, que antes de su restauración estaban protegidas por toscos contrafuertes labrados a cal y canto. Muy interesante y excepcional en la comarca es su muro norte con arcos semicirculares entrelazados que recuerda la fachada del Cristo de la Luz de Toledo. A los pies de la iglesia, la torre de ladrillo del siglo XVI.
En su interior hay que admirar sus tres naves reconstruidas en el siglo XVI separadas por arcos formeros, y sobre todo el artesonado mudéjar de la nave central y de la tribuna. Completan esta maravilla artística las pinturas “al fresco”, que han ido apareciendo en los muros de la escalera de la tribuna y en el interior de su sacristía. El sabor morisco de sus lacerías, con el lujo y profusión de sus adornos geométricos y florales y el sugestivo misterio de sus pinturas logra crear un ambiente mágico que nos transporta a una cultura exótica de sabor oriental, aquí al servicio de un templo cristiano. Este pleno mestizaje entre dos culturas, la occidental y la oriental, lo islámico y lo cristiano, consigue en esta iglesia una gran armonía de espacios, formas y volúmenes, que tal vez esté pidiendo un sólido estudio que creo que estudio que creo que hoy en día está todavía por hacer.
Ángel Ramón González González . Texto publicado en la Llanura Nº34 de Marzo de 2012.
http://lallanura.es/llanura/La-Llanura-34.pdf
Poblados y despoblados de la Tierra de Arévalo
lunes, 21 de marzo de 2016
Narros del Castillo
lunes, 2 de noviembre de 2015
El Cardenal Espinosa
Don Diego de Espinosa Arévalo nació en Martín Muñoz de las Posadas en el mes de septiembre de 1513. Por esta razón aquí se está celebrando este verano una serie de actividades culturales para dar a conocer la figura de tan ilustre personaje, al cumplirse el quinto centenario de su nacimiento. No son muchos los datos biográficos que conocemos de él. Sabemos que estudió Leyes en la Universidad de Salamanca y que en su adolescencia recibió las “órdenes menores”, por lo que, al parecer, iniciaba una carrera eclesiástica compatibilizando el estudio de leyes civiles y leyes canónicas, pero muy pronto abandona la carrera eclesiástica para orientarse a la carrera civil. A pesar de este abandono, en su madurez se da cuenta de que esto no había sido una buena idea y en enero del año 1564, con 51 años de edad, recibe licencia para ordenarse de presbítero, cosa que consigue el 5 de marzo de ese mismo año.
En su “curriculum” pasa por puestos importantes: oidor en la Audiencia y Chancillería de Valladolid, oidor de la Casa de Contratación de Sevilla, regente en el Consejo Real de Navarra, consejero en el Consejo Real de Castilla y por deseo expreso de Felipe II (1565) Presidente del Consejo Real de Castilla e Inquisidor General (1566), tras la destitución de Fernando Valdez. Por estos años uno de los muchos asuntos a resolver era el problema de la rebelión de los moriscos del antiguo reino de Granada y en este campo dictó una serie de providencias que prohibían el uso de su lengua, mandaban la entrega de libros y ordenaban la aceptación de los ritos y costumbres castellanas. Estas disposiciones fueron aprobadas por la mayoría del Consejo, con la oposición del Duque de Alba, y sin duda influyeron en la llamada “segunda rebelión de las Alpujarras” (1568-1570). En febrero de 1568 es nombrado obispo de Sigüenza y en marzo de ese mismo año el papa Pio V, a propuesta del rey, le entrega el capelo cardenalicio. De todo esto lo que queda muy claro es que Espinosa fue siempre un fiel servidor a su rey y este lo tuvo siempre en gran aprecio, valorando su entrega y su rectitud al servicio de los ideales de la Corona y de las Reformas del Concilio de Trento.
Por aquellos años otro tema político de vital importancia fue el de la rebelión de los Paises Bajos. Este asunto consiguió dividir a los principales líderes políticos que rivalizaban en dirigir aquella vasta monarquía de gigantescas dimensiones y con problemas tan complejos (familiares, políticos, militares, religiosos, diplomáticos, económicos). En primer lugar estaba el partido del gran Duque de Alba, que, frente al problema que nos ocupa, intentó sofocar la rebelión con una política dura, represiva y sanguinaria, que no dio resultado. En segundo lugar estaba el partido acaudillado por Ruy Gómez, príncipe de Éboli, que trataba de imponer una política de transigencia y reconciliación que tampoco dio resultado. En esta línea se encontraba el cardenal Espinosa, aunque debido a su muerte temprana y precipitada, en 1572, no tuvo tiempo de ponerla en práctica.
Esto en pocas líneas es el resumen de su biografía, pero mucho más importante fue su legado para el pueblo donde nació. Allí, cerca de la plaza de su pueblo, construyó un palacio de estilo renacentista, que él no pudo habitar debido a su muerte prematura, y que ha sobrevivido a duras penas cerca de 500 años, con su magnífica portada, con las dos torres que lo custodian y con su amplio y luminoso patio interior. Allí, en la iglesia de su pueblo, quiso ser enterrado y para esto se reformó la cabecera del templo constituyendo un conjunto artístico de los más bellos del contorno.
Las elevadas proporciones de su capilla mayor, de su transepto y de su crucero, la elegancia de sus bóvedas del último tercio del siglo XVI y sobre todo el magnífico retablo del altar mayor del más puro estilo herreriano, que nos recuerda al del monasterio del Escorial. La sobriedad, la simetría, el equilibrio, el orden, la armonía son los valores principales de este retablo, que tanto se diferencian de los exuberantes retablos barrocos que llenaron nuestras iglesias durante los siglos posteriores.
En el muro del Evangelio de esta misma capilla mayor se construyó el mausoleo del cardenal Espinosa. Aparece en el centro una magnífica estatua del cardenal, que le representa arrodillado en un almohadón ante un reclinatorio, sobre el cual hay un libro abierto. Destaca la ampulosidad de su traje cardenalicio, la majestuosidad de su figura, la riqueza de su mármoles, todo ello dentro de un escenario de muy nobles dimensiones que nos recuerda la grandeza de las estatuas orantes del presbiterio del monasterio del Escorial, obras del gran escultor italiano Pompeio Leoni, que es también el autor de este mausoleo. El conjunto lo mandó hacer el sobrino del cardenal, Don Diego de Espinosa, heredero del mayorazgo y titular de todas las capellanías que el cardenal dejó en esta iglesia. La obra se ejecutó entre el año 1577 y 1579 y costó un total de 1900 ducados. El bello epitafio de la parte superior del mausoleo canta así la gloria del cardenal:
“Pusieron en él toda su excelencia
La estrella y la virtud partidamente
La estrella le subió a real potencia
Virtvd le dio el tenella dignamente
Con mitra y con capelo i presidenci
a Regio sacro i profano iuntamente
Aqví nascio primero aqvi enterrado
Espera renascer de lvz cercado”
Ángel Ramón González González . Texto publicado en la Llanura Nº51 de Agosto de 2013.
http://lallanura.es/llanura/La-Llanura-51.pdf
Don Diego de Espinosa Arévalo nació en Martín Muñoz de las Posadas en el mes de septiembre de 1513. Por esta razón aquí se está celebrando este verano una serie de actividades culturales para dar a conocer la figura de tan ilustre personaje, al cumplirse el quinto centenario de su nacimiento. No son muchos los datos biográficos que conocemos de él. Sabemos que estudió Leyes en la Universidad de Salamanca y que en su adolescencia recibió las “órdenes menores”, por lo que, al parecer, iniciaba una carrera eclesiástica compatibilizando el estudio de leyes civiles y leyes canónicas, pero muy pronto abandona la carrera eclesiástica para orientarse a la carrera civil. A pesar de este abandono, en su madurez se da cuenta de que esto no había sido una buena idea y en enero del año 1564, con 51 años de edad, recibe licencia para ordenarse de presbítero, cosa que consigue el 5 de marzo de ese mismo año.
En su “curriculum” pasa por puestos importantes: oidor en la Audiencia y Chancillería de Valladolid, oidor de la Casa de Contratación de Sevilla, regente en el Consejo Real de Navarra, consejero en el Consejo Real de Castilla y por deseo expreso de Felipe II (1565) Presidente del Consejo Real de Castilla e Inquisidor General (1566), tras la destitución de Fernando Valdez. Por estos años uno de los muchos asuntos a resolver era el problema de la rebelión de los moriscos del antiguo reino de Granada y en este campo dictó una serie de providencias que prohibían el uso de su lengua, mandaban la entrega de libros y ordenaban la aceptación de los ritos y costumbres castellanas. Estas disposiciones fueron aprobadas por la mayoría del Consejo, con la oposición del Duque de Alba, y sin duda influyeron en la llamada “segunda rebelión de las Alpujarras” (1568-1570). En febrero de 1568 es nombrado obispo de Sigüenza y en marzo de ese mismo año el papa Pio V, a propuesta del rey, le entrega el capelo cardenalicio. De todo esto lo que queda muy claro es que Espinosa fue siempre un fiel servidor a su rey y este lo tuvo siempre en gran aprecio, valorando su entrega y su rectitud al servicio de los ideales de la Corona y de las Reformas del Concilio de Trento.
Por aquellos años otro tema político de vital importancia fue el de la rebelión de los Paises Bajos. Este asunto consiguió dividir a los principales líderes políticos que rivalizaban en dirigir aquella vasta monarquía de gigantescas dimensiones y con problemas tan complejos (familiares, políticos, militares, religiosos, diplomáticos, económicos). En primer lugar estaba el partido del gran Duque de Alba, que, frente al problema que nos ocupa, intentó sofocar la rebelión con una política dura, represiva y sanguinaria, que no dio resultado. En segundo lugar estaba el partido acaudillado por Ruy Gómez, príncipe de Éboli, que trataba de imponer una política de transigencia y reconciliación que tampoco dio resultado. En esta línea se encontraba el cardenal Espinosa, aunque debido a su muerte temprana y precipitada, en 1572, no tuvo tiempo de ponerla en práctica.
Esto en pocas líneas es el resumen de su biografía, pero mucho más importante fue su legado para el pueblo donde nació. Allí, cerca de la plaza de su pueblo, construyó un palacio de estilo renacentista, que él no pudo habitar debido a su muerte prematura, y que ha sobrevivido a duras penas cerca de 500 años, con su magnífica portada, con las dos torres que lo custodian y con su amplio y luminoso patio interior. Allí, en la iglesia de su pueblo, quiso ser enterrado y para esto se reformó la cabecera del templo constituyendo un conjunto artístico de los más bellos del contorno.
Las elevadas proporciones de su capilla mayor, de su transepto y de su crucero, la elegancia de sus bóvedas del último tercio del siglo XVI y sobre todo el magnífico retablo del altar mayor del más puro estilo herreriano, que nos recuerda al del monasterio del Escorial. La sobriedad, la simetría, el equilibrio, el orden, la armonía son los valores principales de este retablo, que tanto se diferencian de los exuberantes retablos barrocos que llenaron nuestras iglesias durante los siglos posteriores.
En el muro del Evangelio de esta misma capilla mayor se construyó el mausoleo del cardenal Espinosa. Aparece en el centro una magnífica estatua del cardenal, que le representa arrodillado en un almohadón ante un reclinatorio, sobre el cual hay un libro abierto. Destaca la ampulosidad de su traje cardenalicio, la majestuosidad de su figura, la riqueza de su mármoles, todo ello dentro de un escenario de muy nobles dimensiones que nos recuerda la grandeza de las estatuas orantes del presbiterio del monasterio del Escorial, obras del gran escultor italiano Pompeio Leoni, que es también el autor de este mausoleo. El conjunto lo mandó hacer el sobrino del cardenal, Don Diego de Espinosa, heredero del mayorazgo y titular de todas las capellanías que el cardenal dejó en esta iglesia. La obra se ejecutó entre el año 1577 y 1579 y costó un total de 1900 ducados. El bello epitafio de la parte superior del mausoleo canta así la gloria del cardenal:
“Pusieron en él toda su excelencia
La estrella y la virtud partidamente
La estrella le subió a real potencia
Virtvd le dio el tenella dignamente
Con mitra y con capelo i presidenci
a Regio sacro i profano iuntamente
Aqví nascio primero aqvi enterrado
Espera renascer de lvz cercado”
Ángel Ramón González González . Texto publicado en la Llanura Nº51 de Agosto de 2013.
http://lallanura.es/llanura/La-Llanura-51.pdf
martes, 15 de septiembre de 2015
El majuelo o la viña
La antigua Comunidad de Villa y Tierra de Arévalo estaba formada por más de 100 pueblos que se integran actualmente en las zonas colindantes de las provincias de Ávila, Segovia, Valladolid y Salamanca. Si vemos los mapas actuales del SIGPAC observamos que muchos de los nombres de sus “pagos” tienen el nombre de “majuelos”. Martin Muñoz de la Dehesa, Donvidas, Fuentes de Año, Vinaderos, San Esteban de Zapardiel, Salvador de Zapardiel, Madrigal, etc…, llevan escritos en sus términos municipales estos topónimos. Fuera de estas comarcas al Sur del Duero, este nombre no se aplica a las viñas, y generalmente solo sirve para designar a un espino de flores blancas y frutos rojos, que nosotros comíamos de pequeños y que conocíamos con el nombre de “majueletas”.
En realidad “viña” y “majuelo” son dos términos sinónimos, aunque el primero está mucho más extendido y el segundo tiende a desaparecer, de la misma forma que están desapareciendo las antiguas viñas o majuelos de nuestra Tierra de Arévalo. Sólo cuatro pueblos de la provincia de Ávila, Madrigal, Blasconuño de Matacabras, Palacios de Goda y Orbita han apostado por mantener este cultivo tan arraigado en nuestra historia, agrupados bajo la denominación de origen de “Rueda”, y en el resto de los pueblos es un cultivo o ya desaparecido totalmente o de carácter residual.
En el siglo XIV, según documentos históricos, probablemente la extensión de tierras dedicadas al viñedo suponía aproximadamente un 10% del total de las tierras cultivadas. Durante siglos y hasta tiempos muy recientes el cultivo de la vid era un factor fundamental para la economía doméstica. El vino, el pan, las aves de corral, la matanza del cerdo, el huerto, eran los pilares para la subsistencia. Esto desaparece con la revolución agrícola de los años 60: el éxodo rural, la mecanización del campo, la concentración parcelaria y otras reformas.
Muchos tenemos todavía gratos recuerdos (estábamos libres de ir a la escuela) de aquellos majuelos de nuestros abuelos, a donde íbamos de pequeños a la vendimia y llevábamos sobre las aguaderas de mimbre, en los burros, las mejores uvas, “las escogidas”, que no se pisaban y que se extendían en los “sobraos”, sobre el grano, para que no se pudrieran y sirvieran de reserva alimenticia hasta los meses de diciembre y enero.
En mi familia todavía conservamos vivo uno de estos majuelos. Yo soy, desde hace unos años, el encargado de su cultivo, de la vendimia, de la elaboración del vino y hasta de su embotellado posterior, con la oportuna colaboración familiar. Mi contacto con la viña no es un contacto bucólico o retórico, es algo más, y además es también uno de los puentes que me lleva a los años de la infancia y al recuerdo de nuestra historia colectiva. Este majuelo lo plantó mi abuelo el mismo año que nació mi padre (1902). Tiene por tanto más de un siglo de historia. Está situado en la confluencia de tres términos municipales: Orbita, Espinosa y Martín Muñoz de las Posadas, sobre una terraza cercana a la línea divisoria de las aguas de la cuenca del Adaja y las aguas del Voltoya. Desde allí la vista se pierde en la inmensidad de la llanura. En este observatorio privilegiado paso muchas horas cultivando la viña. En el duro invierno, con motivo de las pesadas operaciones de la poda, cortando los sarmientos viejos que hagan posible el nacimiento de otros nuevos y que traigan nueva vida a las envejecidas cepas. Con la llegada de la primavera, en el mes de marzo, los negros muñones de las cepas recién podadas comienzan a “llorar” y es la señal inequívoca de que se acerca la floración de finales de abril. El majuelo comienza a revestirse de sus mejores galas y pierde el tono triste y austero del invierno para cubrirse con sus mejores trajes de primavera, con sus bellos pámpanos, sus delicadas flores, también llamadas ”cierne”, que tal vez cuajen un día, si las heladas del mes de mayo no lo impiden, en dorados racimos. Para acompañar esta explosión de júbilo y de vida, el mundo animal se asocia a esta fiesta ritual de la primavera y gran cantidad de jilgueros hacen aquí sus nidos, ponen aquí sus huevos y a las pocas semanas salen del cascarón sus crías que llenarán durante meses los campos con sus alegres cantos.
A finales de septiembre las uvas se maduran y llega la vendimia. La vendimia en nuestros pueblos tradicionalmente era una fiesta popular y familiar. Todo se hacía en común y era el momento de ayudarse mutuamente. Se hacía “cocido” para todo el grupo de vendimiadores, los mozos daban lagarejos a las mozas y unos y otros se lanzaban pullas para alegrar el trabajo y animar la fiesta. Al anochecer, la vuelta a casa. Todavía no había acabado la faena, pues había que descargar la uva, que ya empezaba a mostear, desde los carros hacia el lagar. Allí, descalzos o con botas, pisábamos los racimos, para desgranar las uvas y romper los hollejos. El pisar la uva se convertía en una especie de danza festiva y ritual que inevitablemente nos lleva a pensar en las fiestas que se celebraban en la antigua Roma o Grecia con motivo de los cultos en honor del dios Baco o Dyonisos. El mosto recién exprimido corría abundante hacia un pozo que nosotros llamábamos “pilo” y de donde se sacaba después hacia las cubas o tinajas para que allí fermentara.
En nuestros días, como era inevitable, el mundo de la uva y del vino también ha cambiado. Ha cambiado el vocabulario en torno al mundo del vino y de la viña. Ahora tenemos que distinguir las cepas que están “en vaso” de las que están “en espaldera”, Estas últimas están perfectamente alineadas y gozan de un sistema de riego, “goteo”, del que jamás disfrutaron las ya cepas centenarias. Ahora la vendimia en los nuevos viñedos se realiza con máquinas que vendimian en horas nocturnas para que el mosto no se oxide al contacto con el sol y hay que seguir un protocolo muy riguroso a la hora de recoger y entregar la uva en las bodegas. Todo muy diferente al ambiente relajado y festivo de las antiguas vendimias. Aunque no se lleve la uva a las grandes bodegas, perfectamente controladas y mecanizadas, hay nuevas técnicas para hacer y conservar el vino, aunque sea artesanalmente. Ahora ya no pisamos los racimos, ahora los despalillamos. No solemos hacer “el pié” ni echar encima un trillo con piedras para prensar el orujo. Ahora lo introducimos en potentes prensas manuales para exprimir al máximo los hollejos. Luego viene el “desfangar”, el esperar unos días para que “rompa a cocer” y el mosto se transforme en vino. Pero el proceso artesanal es lento, habrá que realizar varios trasiegos para que, allá para el mes de marzo o abril haya “caído”, se hayan depositado sus impurezas y se convierta en el vino joven de la nueva cosecha.
Ángel Ramón González González . Texto publicado en la Llanura Nº53 de Octubre de 2013.
http://lallanura.es/llanura/La-Llanura-53.pdf
En realidad “viña” y “majuelo” son dos términos sinónimos, aunque el primero está mucho más extendido y el segundo tiende a desaparecer, de la misma forma que están desapareciendo las antiguas viñas o majuelos de nuestra Tierra de Arévalo. Sólo cuatro pueblos de la provincia de Ávila, Madrigal, Blasconuño de Matacabras, Palacios de Goda y Orbita han apostado por mantener este cultivo tan arraigado en nuestra historia, agrupados bajo la denominación de origen de “Rueda”, y en el resto de los pueblos es un cultivo o ya desaparecido totalmente o de carácter residual.
En el siglo XIV, según documentos históricos, probablemente la extensión de tierras dedicadas al viñedo suponía aproximadamente un 10% del total de las tierras cultivadas. Durante siglos y hasta tiempos muy recientes el cultivo de la vid era un factor fundamental para la economía doméstica. El vino, el pan, las aves de corral, la matanza del cerdo, el huerto, eran los pilares para la subsistencia. Esto desaparece con la revolución agrícola de los años 60: el éxodo rural, la mecanización del campo, la concentración parcelaria y otras reformas.
Muchos tenemos todavía gratos recuerdos (estábamos libres de ir a la escuela) de aquellos majuelos de nuestros abuelos, a donde íbamos de pequeños a la vendimia y llevábamos sobre las aguaderas de mimbre, en los burros, las mejores uvas, “las escogidas”, que no se pisaban y que se extendían en los “sobraos”, sobre el grano, para que no se pudrieran y sirvieran de reserva alimenticia hasta los meses de diciembre y enero.
En mi familia todavía conservamos vivo uno de estos majuelos. Yo soy, desde hace unos años, el encargado de su cultivo, de la vendimia, de la elaboración del vino y hasta de su embotellado posterior, con la oportuna colaboración familiar. Mi contacto con la viña no es un contacto bucólico o retórico, es algo más, y además es también uno de los puentes que me lleva a los años de la infancia y al recuerdo de nuestra historia colectiva. Este majuelo lo plantó mi abuelo el mismo año que nació mi padre (1902). Tiene por tanto más de un siglo de historia. Está situado en la confluencia de tres términos municipales: Orbita, Espinosa y Martín Muñoz de las Posadas, sobre una terraza cercana a la línea divisoria de las aguas de la cuenca del Adaja y las aguas del Voltoya. Desde allí la vista se pierde en la inmensidad de la llanura. En este observatorio privilegiado paso muchas horas cultivando la viña. En el duro invierno, con motivo de las pesadas operaciones de la poda, cortando los sarmientos viejos que hagan posible el nacimiento de otros nuevos y que traigan nueva vida a las envejecidas cepas. Con la llegada de la primavera, en el mes de marzo, los negros muñones de las cepas recién podadas comienzan a “llorar” y es la señal inequívoca de que se acerca la floración de finales de abril. El majuelo comienza a revestirse de sus mejores galas y pierde el tono triste y austero del invierno para cubrirse con sus mejores trajes de primavera, con sus bellos pámpanos, sus delicadas flores, también llamadas ”cierne”, que tal vez cuajen un día, si las heladas del mes de mayo no lo impiden, en dorados racimos. Para acompañar esta explosión de júbilo y de vida, el mundo animal se asocia a esta fiesta ritual de la primavera y gran cantidad de jilgueros hacen aquí sus nidos, ponen aquí sus huevos y a las pocas semanas salen del cascarón sus crías que llenarán durante meses los campos con sus alegres cantos.
A finales de septiembre las uvas se maduran y llega la vendimia. La vendimia en nuestros pueblos tradicionalmente era una fiesta popular y familiar. Todo se hacía en común y era el momento de ayudarse mutuamente. Se hacía “cocido” para todo el grupo de vendimiadores, los mozos daban lagarejos a las mozas y unos y otros se lanzaban pullas para alegrar el trabajo y animar la fiesta. Al anochecer, la vuelta a casa. Todavía no había acabado la faena, pues había que descargar la uva, que ya empezaba a mostear, desde los carros hacia el lagar. Allí, descalzos o con botas, pisábamos los racimos, para desgranar las uvas y romper los hollejos. El pisar la uva se convertía en una especie de danza festiva y ritual que inevitablemente nos lleva a pensar en las fiestas que se celebraban en la antigua Roma o Grecia con motivo de los cultos en honor del dios Baco o Dyonisos. El mosto recién exprimido corría abundante hacia un pozo que nosotros llamábamos “pilo” y de donde se sacaba después hacia las cubas o tinajas para que allí fermentara.
En nuestros días, como era inevitable, el mundo de la uva y del vino también ha cambiado. Ha cambiado el vocabulario en torno al mundo del vino y de la viña. Ahora tenemos que distinguir las cepas que están “en vaso” de las que están “en espaldera”, Estas últimas están perfectamente alineadas y gozan de un sistema de riego, “goteo”, del que jamás disfrutaron las ya cepas centenarias. Ahora la vendimia en los nuevos viñedos se realiza con máquinas que vendimian en horas nocturnas para que el mosto no se oxide al contacto con el sol y hay que seguir un protocolo muy riguroso a la hora de recoger y entregar la uva en las bodegas. Todo muy diferente al ambiente relajado y festivo de las antiguas vendimias. Aunque no se lleve la uva a las grandes bodegas, perfectamente controladas y mecanizadas, hay nuevas técnicas para hacer y conservar el vino, aunque sea artesanalmente. Ahora ya no pisamos los racimos, ahora los despalillamos. No solemos hacer “el pié” ni echar encima un trillo con piedras para prensar el orujo. Ahora lo introducimos en potentes prensas manuales para exprimir al máximo los hollejos. Luego viene el “desfangar”, el esperar unos días para que “rompa a cocer” y el mosto se transforme en vino. Pero el proceso artesanal es lento, habrá que realizar varios trasiegos para que, allá para el mes de marzo o abril haya “caído”, se hayan depositado sus impurezas y se convierta en el vino joven de la nueva cosecha.
Ángel Ramón González González . Texto publicado en la Llanura Nº53 de Octubre de 2013.
http://lallanura.es/llanura/La-Llanura-53.pdf
jueves, 6 de agosto de 2015
Rastrojeras y maizales
Hace cincuenta o sesenta años en el mes de agosto y septiembre nuestros campos se habían convertido en una gran extensión de tierras recién segadas que escondían entre las pajas los restos de espigas y granos de trigo y cebada, para que los rebaños pastaran sin descanso. Era la época de la rastrojera. Los términos municipales se dividían entre los pastores del pueblo y los que venían de fuera, a los que llamábamos “los arrendaos”, para que todos en perfecta armonía disfrutaran del cereal que había quedado sin recoger. Había terminado la siega en el mes de julio, las cuadrillas de segadores gallegos, zamoranos y serranos habían regresado ya a sus lugares de origen, después de la dura faena. En las eras se trillaba la mies, se limpiaba el grano que después se guardaba en las paneras, mientras que la paja se metía en los pajares.
Con la mecanización de la agricultura este mundo rural de la siega y la trilla desaparece, allá por los años 60 ó 70 del pasado siglo, pero todavía durante un pequeño periodo de transición, la agricultura y la ganadería lanar extensivas se prestaron mutuo apoyo, como había ocurrido desde tiempo inmemorial, en una estrecha relación de interdependencia y colaboración. Se rompió el pacto o alianza entre ambas, que, a pesar de frecuentes problemas y litigios, había perdurado a través de los siglos. Esta ruptura ha supuesto en muchos pueblos morañegos la total desaparición de la ganadería. Posteriormente, a esta primera etapa de revolución agrícola ha seguido una fase de nuevas concentraciones de tierras, impulsada por la puesta en regadío de campos que tradicionalmente habían sido campos de secano.
Me refiero principalmente a la ribera derecha del Adaja con motivo del embalse de las Cogotas, pues la ribera izquierda ya inició hace tiempo el regadío aprovechando la abundancia de agua en sus acuíferos y el terreno más arenoso y propicio por la facilidad de drenaje. Estos campos de la ribera derecha jamás vieron el agua en verano, aunque en invierno surgían frecuentes embalsamientos debido a su carácter limoso-arcilloso. Es por esto por lo que aquí se ha producido de repente un cambio espectacular en el paisaje agrario. Se ha pasado de una cultura agraria del cereal de secano a una cultura agraria del regadío que ha roto los esquemas de algunos agricultores tradicionales. Donde antes se sembraba exclusivamente trigo, cebada, avena o centeno, ahora surgen por doquier campos de maíz, de remolacha, de cebollas, patatas o judías. Hemos pasado de unas tierras sedientas de agua a unas tierras rebosantes de agua, pues tiende a embalsarse y corre generosa, en pleno mes de agosto, por las zanjas y los arroyos regando arbustos y chopos de las riberas.
Pero este cambio radical no sólo afecta al paisaje vegetal, sino que está afectando también a las infraestructuras viales, a la potente maquinaria empleada en el regadío. Enormes cabezas de riego nos sorprenden por doquier y con sus potentes brazos lanzan el agua alrededor formando curiosos círculos y espirales. Nada que ver con aquella imagen infantil de las espigadoras buscando la escondida espiga entre el rastrojo o de los rebaños careando, junto al camino de Montejuelo, en la Carrancha, en la Verduga o en las Ilejas. En estos pagos lo que ahora predomina son automovilistas que circulan por los nuevos caminos para abrir o cerrar las llaves de sus hidrantes. Los distintos tonos verdes del regadío se alternan con los dorados de los campos del cereal que ya ha sido cosechado.
Otro aspecto no menos importante a considerar es que se está produciendo una intensa capitalización de las explotaciones agrarias. Ha desaparecido el minifundismo tradicional y cada vez hay menor número de propietarios de mayor número de hectáreas. Ha surgido por tanto una concentración de tierras en manos de unos pocos, que en parte excluye a antiguos propietarios que no pueden competir con algunos capitales foráneos. Este fenómeno no creo que esté lo suficientemente estudiado, pero sin duda va a dejar profunda huella en el paisaje humano por el abandono de la población rural, que ya desde hace décadas estaba en fase agónica. Los que promovieron estos planes de regadío tal vez no pensaron en que este fenómeno se fuera a intensificar, sino más bien el contrario. No veo por ningún sitio síntomas de arraigo ni de fijación.
Se trata por tanto no solo de una transformación del paisaje estética o medioambiental, sino de algo más profundo, que es necesario analizar en toda su complejidad. Habría que analizar las consecuencias que estas alteraciones están produciendo y ver los resultados que se prevén en un futuro inmediato. Los cambios fundamentales afectan al medio ambiente, al posible despilfarro del agua, que es un bien común, a la rentabilidad de los nuevos cultivos teniendo en cuenta las fuertes inversiones que hay que hacer para obtener beneficios razonables, a la exclusión de antiguos agricultores que van a quedar fuera de circulación, con las repercusiones demográficas de desarraigo y abandono que esto pueda traer al medio rural. Se trata de contemplar el tan manoseado desarrollo sostenible y el impacto medioambiental tantas veces predicado como quebrantado, los aspectos económicos de rentabilidad, producción y mercado, los aspectos demográficos y los aspectos sociales. Todo un campo de análisis y estudio para nuestros científicos, sociólogos, empresarios agrícolas, políticos, etc…
Ángel Ramón González González
Texto publicado en la Llanura Nº52 de Septiembre de 2013.
http://lallanura.es/llanura/La-Llanura-52.pdf
Con la mecanización de la agricultura este mundo rural de la siega y la trilla desaparece, allá por los años 60 ó 70 del pasado siglo, pero todavía durante un pequeño periodo de transición, la agricultura y la ganadería lanar extensivas se prestaron mutuo apoyo, como había ocurrido desde tiempo inmemorial, en una estrecha relación de interdependencia y colaboración. Se rompió el pacto o alianza entre ambas, que, a pesar de frecuentes problemas y litigios, había perdurado a través de los siglos. Esta ruptura ha supuesto en muchos pueblos morañegos la total desaparición de la ganadería. Posteriormente, a esta primera etapa de revolución agrícola ha seguido una fase de nuevas concentraciones de tierras, impulsada por la puesta en regadío de campos que tradicionalmente habían sido campos de secano.
Me refiero principalmente a la ribera derecha del Adaja con motivo del embalse de las Cogotas, pues la ribera izquierda ya inició hace tiempo el regadío aprovechando la abundancia de agua en sus acuíferos y el terreno más arenoso y propicio por la facilidad de drenaje. Estos campos de la ribera derecha jamás vieron el agua en verano, aunque en invierno surgían frecuentes embalsamientos debido a su carácter limoso-arcilloso. Es por esto por lo que aquí se ha producido de repente un cambio espectacular en el paisaje agrario. Se ha pasado de una cultura agraria del cereal de secano a una cultura agraria del regadío que ha roto los esquemas de algunos agricultores tradicionales. Donde antes se sembraba exclusivamente trigo, cebada, avena o centeno, ahora surgen por doquier campos de maíz, de remolacha, de cebollas, patatas o judías. Hemos pasado de unas tierras sedientas de agua a unas tierras rebosantes de agua, pues tiende a embalsarse y corre generosa, en pleno mes de agosto, por las zanjas y los arroyos regando arbustos y chopos de las riberas.
Pero este cambio radical no sólo afecta al paisaje vegetal, sino que está afectando también a las infraestructuras viales, a la potente maquinaria empleada en el regadío. Enormes cabezas de riego nos sorprenden por doquier y con sus potentes brazos lanzan el agua alrededor formando curiosos círculos y espirales. Nada que ver con aquella imagen infantil de las espigadoras buscando la escondida espiga entre el rastrojo o de los rebaños careando, junto al camino de Montejuelo, en la Carrancha, en la Verduga o en las Ilejas. En estos pagos lo que ahora predomina son automovilistas que circulan por los nuevos caminos para abrir o cerrar las llaves de sus hidrantes. Los distintos tonos verdes del regadío se alternan con los dorados de los campos del cereal que ya ha sido cosechado.
Otro aspecto no menos importante a considerar es que se está produciendo una intensa capitalización de las explotaciones agrarias. Ha desaparecido el minifundismo tradicional y cada vez hay menor número de propietarios de mayor número de hectáreas. Ha surgido por tanto una concentración de tierras en manos de unos pocos, que en parte excluye a antiguos propietarios que no pueden competir con algunos capitales foráneos. Este fenómeno no creo que esté lo suficientemente estudiado, pero sin duda va a dejar profunda huella en el paisaje humano por el abandono de la población rural, que ya desde hace décadas estaba en fase agónica. Los que promovieron estos planes de regadío tal vez no pensaron en que este fenómeno se fuera a intensificar, sino más bien el contrario. No veo por ningún sitio síntomas de arraigo ni de fijación.
Se trata por tanto no solo de una transformación del paisaje estética o medioambiental, sino de algo más profundo, que es necesario analizar en toda su complejidad. Habría que analizar las consecuencias que estas alteraciones están produciendo y ver los resultados que se prevén en un futuro inmediato. Los cambios fundamentales afectan al medio ambiente, al posible despilfarro del agua, que es un bien común, a la rentabilidad de los nuevos cultivos teniendo en cuenta las fuertes inversiones que hay que hacer para obtener beneficios razonables, a la exclusión de antiguos agricultores que van a quedar fuera de circulación, con las repercusiones demográficas de desarraigo y abandono que esto pueda traer al medio rural. Se trata de contemplar el tan manoseado desarrollo sostenible y el impacto medioambiental tantas veces predicado como quebrantado, los aspectos económicos de rentabilidad, producción y mercado, los aspectos demográficos y los aspectos sociales. Todo un campo de análisis y estudio para nuestros científicos, sociólogos, empresarios agrícolas, políticos, etc…
Ángel Ramón González González
Texto publicado en la Llanura Nº52 de Septiembre de 2013.
http://lallanura.es/llanura/La-Llanura-52.pdf
miércoles, 24 de junio de 2015
Los pueblos del Pinar (Despoblados en la Tierra de Arévalo) Montejuelo de Garcilobo. Cuadernos de Cultura y Patrimonio. Nº XIII Diciembre de 2011 de La Llanura
CUADERNOS DE CULTURA Y PATRIMONIO
Número XIII Diciembre de 2011
Los pueblos del Pinar
(Despoblados en la Tierra de Arévalo)
Montejuelo de Garcilobo
La Alhóndiga, Asociación de Cultura y Patrimonio
______________________________________________________________________________
Mapa de los despoblados del tío Adaja |
En agosto de este año 2011 publicamos, en nuestro Cuaderno número 9, el primer trabajo sobre los despoblados en la Tierra de Arévalo. El trabajo de Ángel Ramón González, tuvo una extraordinaria aceptación entre nuestros seguidores. Sus interesantísimas propuestas sobre estos lugares abandonados enriquecen nuestros conocimientos históricos y nos permiten ahondar, conocer y por tanto querer aún más este extraordinario territorio que nos contiene.
En este segundo cuaderno de la serie ponemos a vuestra disposición un nuevo trabajo de Ángel Ramón, que nos lleva ahora, hasta el despoblado de Montejuelo de Garcilobo.
Arévalo, diciembre de 2011
MONTEJUELO DE GARCILOBO
El pueblo de Montejuelo estaba situado al final del camino del mismo nombre, camino que comunicaba en línea recta el pueblo de Orbita con este lugar. En la actualidad la construcción de la Autovía de Madrid a La Coruña y el cierre del paso a nivel del ferrocarril hacen que el acceso por este camino desde Orbita no sea de forma directa, como ocurría hace unos años. El camino de Montejuelo lleva hasta el mismo despoblado, poco antes de morir éste al llegar a las cumbres del río Adaja. Limita al norte con las tierras de labor del mismo nombre, muy cerca del Pinar de Orbita. Por el sur está cercado por el arroyo del Pontón en una pendiente inaccesible que no le permite una comunicación directa con dicho arroyo. Por el este, limita con tierras de labor correspondientes a los pagos de Manoteras y un poco más distante de Las Ilejas. Tierras por donde circula el camino que comunica Montejuelo con el vecino pueblo de Gutierre Muñoz. Y por el Oeste limita con el río Adaja, cuya empinada cuesta permite un difícil sendero que baja hasta el río, donde existe un vado, el vado de Montejuelo, que comunica estos parajes con las tierras del otro lado del río, el soto de Montejuelo o las antiguas tierras de la Segobuela y, ya en lo alto, el Pinar de Arévalo.
Conviene relacionar la situación de este poblado, de la misma manera que el más antiguo de La Tejada, con la proximidad del vado del río Adaja. Las dificultades para cruzar este río se deben, más que a su caudal, a las escarpadas cuestas que el río ha excavado sobre todo en su margen derecha. Esto ha originado desde tiempos prehistóricos que las comunicaciones en la comarca llamada Tierra de Arévalo hayan sido más fáciles sobre el eje Norte-Sur, que sobre el eje Este-Oeste. De hecho, hoy en día, el foso existente sigue siendo un obstáculo que entorpece las comunicaciones entre los pueblos de ambas orillas. Ya en épocas anteriores, desde Gutierre Muñoz partía el camino llamado de Peñaranda, que tenía que pasar necesariamente por este vado y desde la Nava de Arévalo salía el llamado cordel de Martín Muñoz, que cruzaba el río por este mismo lugar. El emplazamiento del pueblo antiguo ocupaba una superficie totalmente llana, en una meseta que domina perfectamente los profundos valles del río y del arroyo, a los cuales se asoma desde una gran altura. Su extensión aparentemente es pequeña (2 ó 3 hectáreas), inferior a otros despoblados próximos, como Las Ilejas y La Tejada. Es el único despoblado de los que estamos estudiando en este capítulo de “Despoblados del Adaja”, que mantiene todavía sobre el terreno restos de la antigua iglesia y su torre, por lo que los habitantes de la zona lo denominan “El Torrejón”.
Datos históricos:
Sabemos a ciencia cierta el año en que se despobló Montejuelo, pues tenemos en el archivo municipal de Orbita un “expediente de despoblados”, donde se copia entre otros el pleito entre Orbita y Gutierre Muñoz (1851-1853), cuyo resumen reza así: “Copia de la Sentencia y Prueba de testigos en la que consta la agregación de Montejuelo, Agregado de este pueblo de Orbita y fue agregado a este el año de 1630, que fue cuando se despobló Montejuelo.”
A pesar de esta afirmación tan rotunda del citado documento, sabemos a ciencia cierta que durante más de 50 años hasta la fecha oficial de su extinción, mantuvo una vida lánguida , con escasos vecinos y nula actividad concejil, pues en las cuentas de “Propios” del Ayuntamiento de Orbita de principios del siglo XVII, ya es este pueblo el que pagaba anualmente a la Villa de Arévalo el censo perpetuo por el usufructo de las tierras del antiguo despoblado de Segobuela, que se repartieron entre Bodoncillo y Montejuelo.
A mediados del siglo XIX desde el Gobierno Civil de la provincia se está instando a los diversos municipios para que aclaren la situación de sus respectivos límites jurisdiccionales y fijen las coteras que separan los términos municipales, para evitar los continuos pleitos existentes por problemas entre los guardas del campo y los pastores de los pueblos forasteros. Además existe el interés de la Hacienda pública de recaudar en cada pueblo, teniendo en cuenta la extensión mayor o menor de su término. Durante más de 200 años no se conoce ningún pleito entre los pueblos de Orbita y Gutierre Muñoz por el término de Montejuelo y de hecho, en la declaración catastral del año 1752 (Respuestas
Generales Catastro del Marqués de la Ensenada), Gutierre Muñoz no declara como agregadas a su término, las tierras procedentes del antiguo Montejuelo, cosa que sí hace el Ayuntamiento de Orbita. Llegado el momento de poner sobre el terreno los hitos o mojones divisorios, Gutierre Muñoz propone un reparto de estas tierras a lo que el Ayuntamiento de Orbita se opone, reivindicando los derechos que le amparan a la totalidad del término.
Parece ser que Gutierre Muñoz pide pruebas documentales o un título oficial que legitime el derecho que Orbita dice tener sobre dichas tierras y la fecha desde la cual ostenta tales derechos. Ambos Ayuntamientos acuden a sus respectivos abogados y peritos para que elaboren sus pruebas documentales y testificales. Son múltiples las pruebas que presenta el Ayuntamiento de Orbita y entre ellas nos llama la atención una copia solicitada al Ayuntamiento de Arévalo de los juicios existentes entre Arévalo y Orbita por el aprovechamiento de los pastos del Pinar de Arévalo. Este juicio era recurrente y llegó a durar cerca de trescientos años. Siempre se resolvía en primera instancia por el Corregidor de la Villa de Arévalo a favor de la Villa y en contra de las aldeas del pinar. Las aldeas apelaban normalmente a la Real Chancillería de Valladolid, quien solía fallar a favor de las aldeas. El juicio se inicia por parte de Bodoncillo y Montejuelo a mediados del siglo XVI. Orbita, como heredero del término de Montejuelo, lo prosigue hasta el año 1825 y posteriormente Tiñosillos, en nombre propio y como heredero del término de Bodoncillo, lo terminaría más tarde.
Entre los numerosos argumentos favorables a la tesis defendida por el Ayto. de Orbita, que se consideran a la hora de dictar sentencia en este pleito entre Gutierre Muñoz y Orbita podemos destacar los siguientes:
1º.- Los dueños de las fincas de estas tierras de Montejuelo pagan sus impuestos en Orbita, “no sólo los propietarios moradores de este pueblo, sino también los muchos forasteros a quienes pertenece la mayor parte de dichas heredades entre los cuales figuran, según los antecedentes que el árbitro ha examinado, los Sres Condes de Adanero, Mansilla, Marqués de Cilleruelo, D. Antonio Osorio y Plaza, vecino de Arévalo y sus predecesores en los Mayorazgos de Briceño que éste disfruta; diversos habitantes de Espinosa, los sucesores en la vinculación de Verde-Soto, siendo un comprobante de ello las declaraciones que acompañan de Julián y Sotero Rueda, Juana Martín, Victor y Claudio Gallego”.
2º.- Los guardas de las fincas de este despoblado los nombra el Ayto. de Orbita. “El Ayuntamiento de Orbita ha nombrado constantemente los guardas menores para la custodia de los frutos de las propiedades de que se componen los terrenos de Montejuelo, Ilejas y demás; que nunca ha ejercido tal prerrogativa el de Gutierre Muñoz…”
3º. Existía una vinculación parroquial entre la iglesia de Montejuelo como aneja a la parroquia de Orbita que se considera como matriz, tanto en el pago de los diezmos como en el culto. Y además tanto las tierras de la parroquia de Montejuelo como las denominadas de Propios y del Común de este pueblo pasaron a Orbita. “Que así como los impuestos civiles cargados a los terreno cuestionables se han pagado en Orbita, allí también concurrieron sus colonos y dueños con la contribución territorial decimal correspondiente a los productos recolectados; que los últimos moradores de Montejuelo fueron feligreses de Orbita, habiendo sido enterrados aquí; que las fincas de la Iglesia de este despoblado las está disfrutando como suyas la matriz, y el Concejo varias de Propios radicantes en la demarcación del mismo las que tradicionalmente consta fueron del patrimonio Común de sus habitantes, cuando existía, sin que ahora ni antes Gutierre Muñoz haya participado del dominio ni
del usufructo de ellas.”
Ya hemos visto la fecha de defunción de Montejuelo de Garcilobo: el año 1630. Muchos años después, los habitantes y agricultores de la zona todavía recordaban y situaban sus tierras junto a la iglesia, las eras, el cementerio o la fragua de dicho despoblado. En el año 1747, con motivo de un deslinde judicial ordenado por el corregidor de Arévalo a instancia de Dª Isabel María Prieto Zavala y Verastegui, en presencia del alcalde de Orbita y no el de Gutierre Muñoz, se deslindan sus tierras citando textualmente: “todas las (tierras) de dicha señora sitas en el despoblado, a los puntos de la Iglesia arruinada, en las Heras, Cementerio, Fragua,…”.
Orígenes de Montejuelo:
La siguiente cuestión planteada sería la fecha de su nacimiento, es decir cuál es el origen de esta aldea. Parece que no existen dudas tampoco a este respecto.
Su nombre ya aparece en el documento existente en la Catedral de Ávila del año 1250, encuadrado en el Arcedianato de Arévalo, integrado con las demás aldeas pertenecientes a la Comunidad de Villa y Tierra de Arévalo y dentro del tercio de la Vega. Siempre fue una aldea pequeña, mucho más pequeña que Orbita, Gutierre Muñoz y Espinosa, las aldeas más próximas, pues atendiendo a la cuota con que las aldeas debían sufragar a la diócesis abulense, Gutierre Muñoz podría contar con 250 habitantes, Orbita con 240, Espinosa con 200 y Montejuelo con 60.
El nombre de Montejuelo no aparece en este primer documento del siglo XIII, pues aparece el de Garcilobo. Ya en el documento del año 1303 , también de la catedral de Avila, el nombre que aparece es el de Montejuelo, por lo que unas veces se le nombra con un nombre , otras veces con el otro y otras con su nombre completo: Montejuelo de Garcilobo, como ocurre en un tercer documento que aparece también editado por Ángel Barrios García en su “Libro de los veros valores del Obispado de Ávila”, correspondiente al año 1450, que en uno de sus párrafos dice así: “Juan Rodríguez, cura de Orvita, con Montejuelo de Garcilobo, tierra de Arévalo; fructificó su beneficio con el dicho su anexo IIMDCL (2.650 maravedíes)” Por tanto, al igual que el resto de pueblos y despoblados de la Tierra de Arévalo hay que situar su origen en torno al siglo XII, la etapa fundamentalmente repobladora de las llanuras situadas entre el río Duero y la cordillera del Sistema Central.
En el censo del año 1587 , realizado desde las diversas parroquias, a Montejuelo le quedaban poco más de 40 años de vida y contaba con 7 familias. Por estos años de finales del siglo XVI y principios del siglo XVII el fenómeno de la despoblación se estaba extendiendo muy notablemente por toda la Corona de Castilla, debido, entre otras causas, a la política imperialista de la Casa de Austria, que, para mantener sus ejércitos en Europa y el Mediterráneo, necesitaba cuantiosos impuestos, a los que las ciudades y aldeas castellanas no se podían negar. Desde el punto de vista de la jurisdicción eclesiástica está catalogado como anejo a la parroquia de Orbita.
Datos arqueológicos:
Sobre el terreno pueden verse dispersas piedras que en su día fueron los cimientos de sus casas. Junto a estas piedras, muy diseminados y fragmentados aparecen restos de tejas, ladrillos y vasijas de barro. Por el terreno que ocupan los escasos restos existentes, esta aldea tal vez no llegó a sobrepasar las 15 o 20 casas, con unos 50 o 60 habitantes. A pesar de todo contaba con su iglesia, su cementerio, su fragua y sus eras, como hemos visto en un documento antes citado. Es el único de los despoblados que estamos analizando que todavía mantiene sobre el terreno un muro, que sin duda formó parte de su iglesia. Se trata de un muro de poco más de tres metros de altura, muro de mampostería “a cal y canto”, que tiene un sólido contrafuerte en su cara oeste. Habría que conseguir que este testimonio no se viniera abajo, pues, cada año que pasa, se está agrandando el profundo desconchón que tiene abierto en la cara que da al saliente y que puede llegar a horadar el muro y provocar su derrumbamiento.
Conclusión:
Este despoblado, tan bien documentado en los 500 años de su existencia, gozó de una situación privilegiada por las tierras que ocupaba. Al norte tierras de pinar , que pertenecíó en su tiempo a Montejuelo y que luego, según dicen algunos documentos municipales, se vende a los vecinos de Orbita, llamándose desde entonces Pinar de Orbita. Al oeste tierras de pastos, junto al río y al arroyo, muy buenas para el ganado, tierras que, al cruzar el río, ya en la cumbre opuesta, formaban parte del Pinar de Arévalo, cuyos derechos nunca estuvieron claramente definidos en cuanto a su usufructo y que por eso dieron lugar a larguísimos pleitos con la villa de Arévalo, “por el disfrute de los pastos y la leña del pinar”. Tierras de pastos al sur, por las ariscas cuestas del arroyo, y al otro lado del arroyo, los campos de cereal que anteriormente fueron ocupados por sus antepasados de La Tejada y del también desaparecido despoblado de Mamblas. Y por fin tierras de cultivo al este, que lindaban primero con los despoblados de Ilejas y Manoteras y posteriormente con los pueblos de Orbita y Gutierre Muñoz, estos dos pueblos, que durante los siglos XVIII y XIX aspiraron a ser los herederos legítimos de sus antepasados los vecinos de Montejuelo.
De este pequeño pueblo sólo queda “El Torrejón” como testigo mudo desde principios del siglo XVII, visible desde varias leguas por el este, y fiel guardián del camino que cruza el río Adaja hasta llevarnos desde Orbita a La Nava de Arévalo o a la ermita del Cristo de los Pinares. Este muro debería ser restaurado para no sucumbir con él la memoria, no sólo de este despoblado sino la de sus vecinos, el recuerdo del resto de los despoblados de la zona: La Tejada, Segobuela, Ilejas y Manoteras, Mamblas, Bodoncillo, La Matilla, Aldigüela de Fuentes y un largo etcétera de aldeas que fueron desapareciendo a lo largo de los siglos en la Tierra de Arévalo, en el entorno de su gran pinar y junto a las aguas y riberas del Adaja, la única masa forestal de importancia de la zona norte de la provincia de Ávila. Tenemos por tanto ante nosotros un paisaje de gran valor histórico y natural que nos sentimos obligados a proteger.
Orbita. Julio 2011
Ángel Ramón González González
Las fotografías de este cuaderno son cortesía de: Juan Antonio Herranz, Ángel Ramón González y Juan C. López.
Bibliografía:
- Expediente de despoblados. 1851. Archivo Municipal de Orbita.
- Libro de Cargos y Descargos. 1620 y ss. A. M. O.
- Pleito entre Arévalo y Orbita sobre los pastos del Pinar. 1822. A.M.O.
- Escrituras de Bodoncillo, Montejuelo y Arévalo sobre el Censo de Segobuela.
1589.
- GONZÁLEZ Y GONZÁLEZ, Julio. “La Extremadura castellana al mediar el
siglo XIII”. Hispania, tomo 34, nº 126-128, 1980.
- MARTÍNEZ DÍEZ, Gonzalo. Las Comunidades de Villa y Tierra de la Extremadura.
Castellana. Ed. Nacional, Madrid, 1990.
- BARRIOS GARCÍA, Ángel. Documentación medieval de la catedral de Ávila.
1981.
- BARRIOS GARCÍA, Ángel. Libro de veros valores del Obispado de Ávila. 1991.
Se puede descargar el cuaderno en PDF en: http://lallanura.es/cuadernos.html
jueves, 23 de abril de 2015
El huerto o la huerta
Huerto en Arévalo, bajo el puente de Medina |
el huerto tiene menor extensión que la huerta, suele estar dentro del recinto del pueblo o en sus proximidades y generalmente cercado o protegido por vallados o tapias. La huerta, en cambio, suele ser más grande y se sitúa en campo libre. Ambos coinciden en ser una superficie de cultivo de regadío, de verduras, hortalizas, legumbres, árboles frutales, más característicos estos últimos de los huertos que de las huertas. La existencia de un pozo es un dato común a ambos. De pequeños, en nuestro pueblo todos distinguíamos perfectamente el huerto del tío Gaudencio, famoso por sus peras de “Don Guindo”, de la huerta de Abundio famosa por sus lechugas o cebollas. Es curioso cómo la lengua castellana utiliza en algunos casos la desinencia “–a” para indicar no solo el género femenino sino también la cantidad, el tamaño, el volumen o lo colectivo frente a lo individual. No es lo mismo “cubo” que “cuba”, “leño” que “leña”, “madero” que “madera”.
Desde el periodo neolítico hasta hace poco más de 50 años la huerta ha sido un sistema de cultivo fundamental en una economía de autoconsumo o de subsistencia, por eso muchos hogares tenían incorporado a sus casas un pequeño huerto para las necesidades del consumo diario, al igual que muchos tenían su corral de gallinas, su horno para cocer el pan, su pocilga para cebar al cerdo y hacer la “matanza”, etc…Así ha sido la vida de nuestras aldeas hasta no hace mucho tiempo. Muchos de nuestros antepasados, no todos, estaban acostumbrados a vivir de lo que producían y, si había algún excedente, lo vendían a algún convecino o lo llevaban a la feria de los martes a Arévalo.
Como algo inevitable, todo esto ha cambiado en los últimos tiempos. Hoy, en nuestros pueblos, la huerta ya no es lo que era, salvo en el caso de algunos hortelanos profesionales que tienen en la huerta un medio de vida y destinan sus productos a la venta. Para muchos de nosotros la huerta se ha convertido en un lugar de ocio, en una actividad no lucrativa que trata de rellenar el vacío que deja la inactividad laboral y busca entroncar con nuestros orígenes en el mundo rural, añorados desde la distancia en el tiempo. Se trata también de una forma de evasión, de huída del mundo complicado de la ciudad plagado de tensión, del intenso tráfico, del vértigo urbano para refugiarnos en un mundo más tranquilo y natural en pleno contacto con la Naturaleza, en definitiva con la Tierra de la que procedemos y con la que un día nos volveremos a fundir. Se trata de volver a la infancia, de reencontrarnos con nuestro pasado, de evocar aquellos años en los que ayudábamos a nuestros hermanos mayores, que sacaban el agua con un caldero de los pozos con ayuda de un cigüeñal. Se trata de observar cada año el eterno ciclo de las estaciones, iniciar en el mes de marzo la aventura de la siembra de las semillas, ver si germinan y brotan, y sobre todo temblar ante las heladas de los meses de abril y mayo que nos hacen resembrar de nuevo.
Cuando llega el mes de junio y ha desaparecido el riesgo de heladas, las plantas empiezan a crecer y a florecer, las flores cuajan en frutos y entonces las observamos para ver cuándo estos maduran y podemos probarlos. Ya a finales de julio las conversaciones en la barra del bar giran en saber quién ha sacado los primeros tomates de su huerta o quién coge las mejores judías. Diríamos que se entabla una especie de rivalidad entre nosotros. También se discute sobre cuál es el mejor método para combatir la araña roja o el pulgón. Algunos llevan al bar las primicias de sus pimientos de “padrón” para servir de aperitivos y acompañar a la cerveza o al verdejo de la tierra.
Todos vemos cómo nuestros pueblos se quedan semivacíos, cuando llega el otoño. La huerta ya ha dado sus frutos y hasta la próxima primavera no será necesario preparar la nueva temporada. Nuestras pequeñas aldeas se están transformando poco a poco en residencias a “tiempo parcial”, segundas viviendas, y muchas de estas actividades residuales son la que hacen que no se queden totalmente vacías.
Observamos en nuestros días una creciente vocación hortícola en las propias ciudades. El hombre de la ciudad cada vez está más sensibilizado con la Naturaleza y el cultivo de las plantas. Se habla de “huertos en casa urbana”, asociado generalmente a jardines o terrazas y relacionado con prácticas ecológicas. El problema mayor que yo veo aquí es el de la limitación de espacios, la escasez de tierra para soportar plantas de cierta envergadura, y tal vez por eso en los campos próximos a las grandes ciudades se están extendiendo ofertas muy variadas: “huertos de barrio”, “huertos comunales”, “huertos urbanos ecológicos”, etc. Pero no sólo hay que pensar en las grandes ciudades, sino en las pequeñas o medianas, donde las distancias hasta el campo son mínimas. Aquí existen otras fórmulas que por cierto no son nada nuevas, como lo que ahora llaman “huertos compartidos” que consiste en lo que antes se llamaba “a medias”, es decir, el propietario pone la tierra y el hortelano su trabajo y después se reparten el fruto, o, más fácil todavía, el alquiler o arrendamiento del huerto al hortelano. Como vemos, una gran variedad de sistemas para saciar las necesidades que el ser humano, desde los orígenes de los tiempos, ha sentido para relacionarse con la tierra, con la Naturaleza, y extraer de ella sus mejores frutos.
Ángel Ramón González González . Texto publicado en la Llanura Nº57 de Febrero de 2014.
http://lallanura.es/llanura/La-Llanura-57.pdf
martes, 17 de marzo de 2015
El nombre de Barromán: "Iván el romano"
Corresponde esta denominación al nombre propio de su fundador, quien hace 900 años proximadamente, repobló esta aldea medieval que perteneció a la jurisdicción de la Villa de Arévalo, al tercio de Madrigal y al sexmo de Aldeas.
El nombre de Barromán es un nombre compuesto, cuyo primer componente es IVÁN, otras veces escrito como JUAN, pues las vocales I y U unas veces funcionaban como vocales y otras como
consonantes, de ahí que Juan e Iván sean un mismo nombre. El cambio de la V a la B no debe sorprendernos, pues hasta tiempos muy recientes no han existido reglas de ortografía.
El segundo componente, ROMANO, cuya última letra se pierde, es un nombre muy frecuente en la época, como lo confirma el nombre de Gómez Román, despoblado situado junto al río Arevalillo,
donde estaba situado el histórico monasterio del que en la actualidad conservamos la iglesia de La Lugareja, “una de las joyas del arte mudéjar castellano leonés”.
La iglesia de este pueblo titulada de Santa María del Castillo pertenece a la arquitectura románico mudéjar del siglo XII y se eleva sobre un pequeño montículo. En el exterior presenta un enorme
ábside semicircular con tres angostas ventanas que se corresponden con los ábsides en que se distribuye por dentro. El ábside es de gran altura y de tapia de chinarro (cal y canto). Esta iglesia es
uno de los ejemplos, muy frecuentes en la comarca, de torres fortaleza o torresvigía, muy útiles en aquellos tiempos en los que todavía no se habían olvidado las temibles expediciones guerreras del caudillo Almanzor, para la protección de sus habitantes o para explorar la vasta llanura en caso de amenazas exteriores. En el siglo XVI se reconstruyen sus tres naves, poco diferentes en anchura.
A la tercera pregunta formulada en el famoso Catastro de Ensenada de mitad del siglo XVIII, sobre los límites y extensión de su término, las autoridades del Concejo responden así: “dijeron que
el territorio que ocupa esta tierra y el del despoblado de Bañuelos, su agregado, es de levante a poniente, como tres cuartos de legua y de norte a Sur cuatro y media. Linda por levante con término
de Villanueva, por poniente con el de la villa de Madrigal, por norte con término del lugar de Castellanos y por sur con los términos despoblados de Palazuelos y Raliegos”.
El pueblo de Barromán, tenía en el año 1250 unos 200 habitantes; en el año 1594, 300 habitantes; a mediados del siglo XIX, 280 y en la actualidad 217. Se trata por tanto de un pueblo que ha mantenido
una población sostenida a lo largo de su larga historia.
Dentro del término de Barromán se encuentra el despoblado de Bañuelos que en el año 1.250 tenía 230 habitantes, mayor que el propio Barromán, y en el año 1594, 140 habitantes, siendo probable
su desaparición a finales del siglo XVII.
Ángel Ramón González González . Texto publicado en la Llanura Nº26 de Julio de 2011.
http://lallanura.es/llanura/La-Llanura-26.pdf
El nombre de Barromán es un nombre compuesto, cuyo primer componente es IVÁN, otras veces escrito como JUAN, pues las vocales I y U unas veces funcionaban como vocales y otras como
consonantes, de ahí que Juan e Iván sean un mismo nombre. El cambio de la V a la B no debe sorprendernos, pues hasta tiempos muy recientes no han existido reglas de ortografía.
El segundo componente, ROMANO, cuya última letra se pierde, es un nombre muy frecuente en la época, como lo confirma el nombre de Gómez Román, despoblado situado junto al río Arevalillo,
donde estaba situado el histórico monasterio del que en la actualidad conservamos la iglesia de La Lugareja, “una de las joyas del arte mudéjar castellano leonés”.
La iglesia de este pueblo titulada de Santa María del Castillo pertenece a la arquitectura románico mudéjar del siglo XII y se eleva sobre un pequeño montículo. En el exterior presenta un enorme
ábside semicircular con tres angostas ventanas que se corresponden con los ábsides en que se distribuye por dentro. El ábside es de gran altura y de tapia de chinarro (cal y canto). Esta iglesia es
uno de los ejemplos, muy frecuentes en la comarca, de torres fortaleza o torresvigía, muy útiles en aquellos tiempos en los que todavía no se habían olvidado las temibles expediciones guerreras del caudillo Almanzor, para la protección de sus habitantes o para explorar la vasta llanura en caso de amenazas exteriores. En el siglo XVI se reconstruyen sus tres naves, poco diferentes en anchura.
A la tercera pregunta formulada en el famoso Catastro de Ensenada de mitad del siglo XVIII, sobre los límites y extensión de su término, las autoridades del Concejo responden así: “dijeron que
el territorio que ocupa esta tierra y el del despoblado de Bañuelos, su agregado, es de levante a poniente, como tres cuartos de legua y de norte a Sur cuatro y media. Linda por levante con término
de Villanueva, por poniente con el de la villa de Madrigal, por norte con término del lugar de Castellanos y por sur con los términos despoblados de Palazuelos y Raliegos”.
El pueblo de Barromán, tenía en el año 1250 unos 200 habitantes; en el año 1594, 300 habitantes; a mediados del siglo XIX, 280 y en la actualidad 217. Se trata por tanto de un pueblo que ha mantenido
una población sostenida a lo largo de su larga historia.
Dentro del término de Barromán se encuentra el despoblado de Bañuelos que en el año 1.250 tenía 230 habitantes, mayor que el propio Barromán, y en el año 1594, 140 habitantes, siendo probable
su desaparición a finales del siglo XVII.
Ángel Ramón González González . Texto publicado en la Llanura Nº26 de Julio de 2011.
http://lallanura.es/llanura/La-Llanura-26.pdf
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El nombre de Barromán: "Iván el romano"
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